Me entero con profunda tristeza de la partida de un gran hombre y dinámico empresario cuya desgarradora historia trastoca por breves instantes a un México aparentemente anestesiado contra el dolor. Alejandro Martí nunca asumió el papel de víctima y transformó su dolor en su fuerza motriz. Por muchos años, peleó por sensibilizar a la ciudadanía de que la inseguridad es una condición forzosa para poder coexistir en sociedad y que el Estado tiene la obligación de proveerla.
-Si no pueden renuncien- fue su frase distintiva con la que retó abiertamente a la autoridad. Uno de sus mayores logros en esta titánica cruzada personal, fue meter a más de 50 personas vinculadas al cobarde asesinato de su hijo Fernando, de tan solo 14 años. Ejecutar esta acción requirió de mucho esfuerzo, voluntad y recursos económicos que muy probablemente le fueron mermando con el tiempo su salud. Y es que, en este país, muchas veces pareciera que la justicia está del lado de los delincuentes.
Sin embargo, él nunca claudico, consciente que si no lograba poner a estos monstruos tras las rejas el delito invariablemente se repetiría. Porque la ambición y la codicia son más adictivas que el propio fentanilo. El haber tenido que carearse frente a frente con quien ejecutó a su vástago, debió ser la prueba más difícil de su vida y aun así sé que lo perdonó. Lo que no quiere decir lo dejo libre. Delitos así deben ser pagados con todo el peso de la ley.
Yo tuve la fortuna de conocerlo justo un mes antes de que se adelantara. Aunque fuimos amigos virtuales por más de 5 años, estrechamos las manos hasta hace poco. Él fue una pieza clave para lograr que la negociación durante mi secuestro terminara en buenos términos y yo con vida. Desinteresadamente le dio a mi familia todo su expertis, mientras yo estuve cautivo por más de 290 días. Fue generoso con su conocimiento y su tiempo y eso siempre lo voy a aquilatar en mi corazón.
En junio, finalmente nos reunimos en México para comer y le pude dar en propia mano mi libro, que es un testimonio sobre mi secuestro. Recuerdo que le dije – entiendo que no lo quieras leer, pues es un tema que seguramente te removerá muchas heridas de guerra – a lo cual él me contestó – por supuesto lo voy a leer y lo haré con mucho interés -. Ya no le dio tiempo, sus horas están contadas. Sin embargo, fue una comida que siempre recordaré. La de 2 sobrevivientes, que ese día cruzaron sus historias y concluyeron que hay que pelear por este país.
Días después del encuentro, platiqué vía telefónica con la periodista y escritora Silvia Cherem, también amiga suya. Recuerdo me dijo – Alberto, dejaste a Alejandro gratamente sorprendido, dudaba que estarías tan fuerte. Se quedo tranquilo de verte bien y en paz-. Semanas después él moriría de tan solo 73 años. La vida se cobra las facturas y la de él estuvo muy cara. Descansa en Paz querido líder dejas un vacío difícil de llenar.