Platicando con el Dr. Carlos Llano, le preguntamos sobre la influencia del entorno en la toma de decisiones. Nos comentó: Un líder no se desconfigura ante las circunstancias, sino que configura las circunstancias y lucha por alcanzar sus objetivos.
¿Cómo lograrlo? ¿Cómo avanzar en medio de situaciones adversas tanto económicas como sociales? Siendo personas de carácter, con principios e ideales firmes, con personalidad, con claridad de pensamiento y capacidad de acción. En una palabra, con VIRTUDES.
La virtud lleva al verdadero éxito, a la plenitud. La medida del éxito es la proporción entre lo que podríamos haber sido y aquello en quién nos hemos convertido y la influencia que hemos dejado en los demás. ¿Qué huella dejamos en las personas con las que convivimos? Este es un buen termómetro de nuestro nivel de humanidad y de nuestra capacidad de liderazgo.
En cambio, una persona sin verdaderas virtudes busca compararse y su métrica de éxito es el dinero, la notoriedad, la posición, la popularidad o el poder. Y cuando los tiene los acapara para sí y no genera riqueza, metiéndose en espacios sociales incompatibles, donde está esa persona, no pueden estar los demás.
La persona virtuosa busca lo que une y multiplica. Comparte su plenitud, haciéndose fecunda y da importancia a valores como son la amistad, el desarrollo del conocimiento, el bien común y la justicia. Cuando tiene dinero, posición y poder hace mucho mayor bien.
Una idea de ser humano centrada sólo en lo material origina un modelo económico y social individualista; Produce personas posesivas, egoístas y excluyentes. Un líder con virtudes genera un proyecto de vida comunitario, compartible, inclusivo y relacional.
¿Cuáles son las virtudes que hemos de buscar desarrollar? Podemos resumir todas en estas cuatro:
Prudencia: La recta razón en el obrar. Es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. La prudencia ilumina la acción. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Conduce las otras virtudes indicándose regla y medida. El hombre prudente decide y ordena su conducta al bien mejor. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
Justicia: Dar a cada quien el bien que le corresponde. Es la capacidad de vivir en la verdad «con el prójimo». Sólo el hombre objetivo puede ser justo, y la falta de objetividad, en el lenguaje usual, equivale casi a injusticia.
Fortaleza: Resistencia para alcanzar el bien, apartando los obstáculos que se presentan. Es la virtud que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las dificultades y de superar los obstáculos en la vida. Capacita para defender una causa justa.
Templanza: Ordenamiento de acuerdo al bien mejor de los sentimientos y tendencias. Es la virtud que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada está orientada al bien mejor y no se queda en lo fácil, en lo mediocre.
Nos urgen líderes virtuosos: en el gobierno, en las empresas, en la academia, en las iglesias, en la sociedad. Líderes que, como decía Carlos Llano, se propongan la meta de la excelencia. Y aunque no la logren, se alejarán de la mediocridad que es una especie de pantano que impide que una sociedad tenga un desarrollo armónico y equitativo. Quedarse en la mediocridad, aunque uno “esté bien” es la parálisis de la vida.