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En el artículo anterior platicamos sobre la prudencia y las virtudes necesarias en la acción directiva que implican un diagnóstico objetivo, tomar decisiones de calidad y ejecutar con agilidad. ¿Dr. Carlos Llano, qué otra virtud es importante en la dirección de empresas?

 

La justicia es la virtud más importante para las relaciones humanas y es la más difícil de ejercitar. Esto se debe a que en el resto de las virtudes el foco está en el sujeto que actúa. En el caso de la justicia el foco está en la otra persona, receptora de la acción justa. Supone salir de mi y, de alguna forma, meterme en la otra persona para entender qué es lo que realmente necesita.

 

Santo Tomás de Aquino define la justicia como la firme y constante voluntad de dar al otro el bien que le corresponde. Y aquí está el “quid” del asunto: averiguar cuál es ese bien que le corresponde al otro.

 

Aclaro aquí que no estamos hablando de una justicia legal sino de la justicia que se refiere a la relación entre particulares, sean personas físicas o morales.

Hay tres fases para lograr esta virtud:

 

Alteridad

En esta fase hemos de ver a la otra persona como alguien que tiene la misma dignidad que yo, por el hecho de ser un ser humano. Si veo al otro como un inferior, ya no se cumplirá la alteridad y no habrá justicia. Si voy a contratar a alguien es porque sé que tiene una dignidad y capacidad para cumplir con el empleo que se le ofrece y, a cambio, yo le daré una remuneración. Si no reconozco esta dignidad, estaría contratando “esclavos” o sería un tonto al rodearme de personas incapaces de realizar el trabajo que requiero.

Para ellos se requiere respeto. Respetarse en primer lugar a mi mismo para luego respetar al otro. Sin respeto no hay justicia. Aquí es donde se elabora el contrato, ya sea entre socios, empleados y patrón, amigos, esposos, vecinos, etc.

 

Reciprocidad

Teniendo claro el acuerdo entre las partes, viene el momento de que todos cumplan con lo que se han comprometido. El contrato convendrá que sea por escrito y otras veces será tácito como puede ser con los amigos.

 

En esta fase reluce la virtud de la responsabilidad. Honro mi palabra y los acuerdos que he hecho, y respeto a los demás, buscando cumplir lo mejor posible con lo que me he comprometido o, si no es posible, avisando a las partes las dificultades que hay para ello, buscando una solución adecuada.

 

Responsable no es el que nunca se equivoca sino el que actúa con coherencia y, si comete un error, lo acepta y rectifica lo antes posible. Como se ve, lo importante es buscar el bien del otro, no sólo mi beneficio personal. Aquí es donde la transparencia, la rendición de cuentas, los controles, etc., adquieren un valor importante.

 

Igualdad

Una vez que las partes han cumplido con lo acordado, viene la magia: se da la confianza que nos coloca en un nivel superior de identidad. Ahora confío más en ti y tu confías más en mí. Así se pueden hacer nuevos acuerdos que busquen un bien aún mayor.

 

Y es que la fórmula es clara: A mayor confianza, mayor capacidad de bien común. Y entre mayor sea el bien común, habrá más capacidad de generar riqueza.

 

Si lo vemos al revés sería un desastre: Sin confianza, el bien común es pequeño y la capacidad de generar riqueza es poca. Terminamos cayendo en la ley de la selva, en la artimaña, en el engaño y la mentira. En el abuso del débil. Y esto destruye amistades, familias, empresas, sociedades y naciones enteras.

 

Para ser justo tengo que dar el primer paso. Si estoy esperando que los demás lo den, seguiremos metidos en un ambiente de mediocridad y desconfianza que hará que pocos tengan mucho y muchos tengan poco. El objetivo debe ser que todos tengamos lo más que podamos y lo utilicemos para hacer mucho bien.