EL FIN DE LA AVENTURA: EL TURISMO MASIVO Y SUS CONSECUENCIAS

El turismo masivo sin control registrado en los últimos años, sobre todo después de la pandemia, ha provocado que esta actividad, que casi todo el mundo disfruta, empiece a perder su atractivo. Viajar no es un pasatiempo barato; de hecho, la mayoría de las personas ahorra durante mucho tiempo para conocer esos lugares de los que tanto les han hablado, escenarios de libros o películas favoritas, o los que ven promocionados constantemente en la red. Sin embargo, lo que antes era una aventura memorable, muchas veces ahora termina siendo una pesadilla, y no hay otro culpable que nosotros mismos.

Tengo alma de nostálgico, y eso no se puede ocultar. Antes disfrutaba mucho más de esos viajes donde la tecnología no regía el itinerario, y nos guiábamos por la intuición, la corazonada y la sed de lo desconocido. Hoy todo ha cambiado. La mayoría de los viajeros lleva todo resuelto y planificado, incluso con meses de antelación. Es prácticamente imposible dejar al azar el curso de un viaje: hoteles pagados, restaurantes reservados y entradas a atracciones aseguradas. Improvisar se ha convertido en el “suicidio” del viaje.
No pretendo ser tan radical, y como en todo, esto depende del destino y de la época del año. Aunque este último factor ha perdido peso, porque las hordas de turistas asiáticos –principalmente chinos– han tomado gran parte de los rincones del mundo. Por ejemplo, en mayo del año pasado visité Hallstatt, un pequeño pueblo alpino de Austria con apenas 750 habitantes que recibe, según datos del Ayuntamiento, entre 8,000 y 9,000 turistas diarios, lo que suma aproximadamente 2.9 millones al año.
Esta invasión masiva, incrementada por su exposición en redes sociales –el nuevo cáncer del turismo, enemigo de las joyas ocultas–, ha generado una gran recaudación económica en la región, pero también preocupaciones entre los residentes. La presión sobre la infraestructura y la excelente calidad de vida que tenían antes de la llegada de autobuses llenos de fotógrafos amateurs ha cambiado el lugar. El paisaje se ha visto “contaminado” por teléfonos celulares que lo capturan todo, robándole, paradójicamente, parte de su encanto.
Esto no quiere decir que Hallstatt haya perdido su magia, pero su crecimiento exponencial está poniendo en riesgo a esta pequeña localidad. Afortunadamente, se están tomando medidas para regular el número de visitantes y evitar que se destruya lo que lo hace especial. Europa, además de preservar la naturaleza y cuidar a su gente, sabe que si se excede puede matar a la gallina de los huevos de oro.
Lo mismo está ocurriendo en otros destinos europeos, como Dubrovnik, Venecia, Cinque Terre e incluso Ámsterdam, que ha prohibido nuevos hoteles en el centro para proteger su patrimonio. El turismo ha cambiado. Gracias a los vuelos de bajo costo, más personas se desplazan a lugares que jamás imaginaron. La pandemia y las redes sociales desataron una sed viajera que parece incontrolable. Una vez más, el humano está destruyendo todo lo que encuentra a su paso.
El reto será sacrificar ganancias por preservar lo que aún tenemos. Viajar ya no será igual; el azar de lo desconocido es solo un recuerdo para los que aún tenemos memoria. Pero aún hay tiempo de salvar lo que queda, porque todavía queda mucho.