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Dirigir es hacer trabajar, Dirigir bien es hacer trabajar con orden y alegría

La principal acción del dueño y director de empresa es el mando, lo cual implica saber dirigir, saber gobernar. El director es ante todo un descubridor de personas: conocer los talentos y cualidades de su equipo para saber colocar a cada persona en el lugar en que mejores resultados pueda dar. La labor de mando implica hacer trabajar; pero el buen director sabe hacer trabajar a los demás con orden y alegría.

 

Asistí a un taller con un grupo de directores. Carlos Llano nos dio una sesión donde comentó: No basta hacer que los demás hagan y darles rumbo. Hacerlos trabajar no en cualquier sitio, sino en el lugar más adecuado; con paciencia, pues primero hay que descubrir a las personas, capacitarlas y formarlas para que den lo mejor de sí. Para ello el director requiere prudencia y sabiduría que implica la capacidad de observar, buscar y descubrir. Y luego, como la abeja, ser consistente: recoger, aprender, construir y almacenar en bien de nuestro equipo, una y otra vez.

 

Hacer trabajar con orden y alegría. Una de las finalidades primarias del gobierno en la empresa es que la gente esté motivada, contenta, para dar lo mejor de sí. Gobierno fatal: la eficacia, pero la gente con tristeza o enojo.

 

Orden. No sólo el orden personal, sino también el de los demás. Para esto, mantener con claridad el orden de objetivos (visión, misión, valores, metas) y, dentro de éste, el orden de los objetivos de las personas para que sepan qué hacer y a dónde van. El resto, los activos de la empresa y la información, tienen importancia en la medida en que ayudan al objetivo de la organización. Peligro: el afán de eficacia y conseguir resultados al margen de las personas.

 

Hacer trabajar con orden: orientar, animar, exigir, para que cada uno asuma su responsabilidad y los problemas que les corresponden y no se solapen las funciones. Aquí hay un asunto de importancia: las metas personales deben estar alineadas a las metas de la organización. El orden nos lleva a la unidad, a trabajar en equipo, con la jerarquía clara. Así se podrá respirar un ambiente de trabajo intenso y de equipo en sinergia.

 

Si hay orden habrá paz y armonía. Si falta, todo serán urgencias, acelerones y frenos: Viviremos apagando incendios.

 

Junto con la prudencia hay dos virtudes importantes, que unen el hacer trabajar con orden y alegría: la fortaleza y la caridad. Con ellas sabremos comprender a las personas y sabremos exigir con constancia, sacando lo mejor de cada uno, hasta alcanzar las metas.

 

Alegría. Es importante la paz y equilibrio en las personas: de ahí procede la alegría. En las reuniones de trabajo procurar ser positivos y optimistas, sin caer en la ingenuidad o en un falso conformismo. Reconocer los problemas y dificultades, pero el tono general debe ser de ánimo e impulso que produzca alegría. El director no puede ser alguien que se la pase echando el  mal de ojo, que vigila con recelo, que sea gris y cenizo en su trabajo. Aprender a ver antes lo positivo que lo negativo, tanto de las personas como de los proyectos.

 

El director debe saber sonreír, felicitar los logros de su equipo, celebrar los resultados. Ser nobles, atentos y accesibles, no afirmando su autoridad por medio de la distancia. Dar confianza: un gobierno fundado en la desconfianza va mal. Hay que mostrar que se confía en la gente. Así será más fácil y rápido superar los problemas y alcanzar los objetivos de la empresa.