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Dirección centrada en la persona

Durante una sesión en la Hacienda de Toshi,   Carlos  Llano habló sobre temas que fundamentan la dirección de empresas:

 

La tarea de dirigir y gobernar es una de las más difíciles pues no se reduce a organizar cosas o procesos sino a dirigir personas que cuentan con inteligencia, voluntad y emociones. El director debe aplicar estas mismas aptitudes para mover voluntades. Respecto al trabajo hay tres formas de comportarse del ser humano:

Conforme a la técnica: Se busca transformar un objeto. El proceso tiene reglas fijas y conocidas.

Conforme al diálogo: Implica comunicarse con los sujetos que transforman los objetos.

Conforme a la dirección: Pretende la transformación de un sujeto, que incluye educarlo. Transformar un sujeto que es libre es muy complicado. Sería más fácil asimilar el sujeto a un objeto, con reglas fijas y conocidas, pero la realidad no es así. Y es aquí donde la dirección se convierte en arte.

 

Podemos decir que hay dos maneras de dirigir: Una centrada en la tarea que la persona debe hacer, asemejándose a la técnica. La otra centrada en la persona que tiene que hacer la tarea.

 

En la Dirección centrada en la persona se fijan objetivos, se motiva a cada persona respecto a los objetivos a lograr y se fomenta en cada una el autocontrol.

 

En la Dirección centrada en la tarea se divide el trabajo en partes; se enseña a cada uno la tarea que le corresponde hacer y se controla a las personas para evaluar cómo la hacen.

 

El que se centra en la tarea realiza una labor primordialmente intelectual que es enseñar la forma más eficiente de realizar una acción o un proceso. El que se centra en la persona realiza una labor principalmente de tipo volitivo: hacer que el otro quiera. Como ya se puede ver, en la labor de dirección se requieren ambas, pero la prioridad siempre estará en la formación de personas.

 

La cuestión es cómo lograr que el otro quiera libremente lo que uno quiere para el bien de la empresa. Lo primero es pedirle a Dios por los demás. Dios es el gran motivador, el estimulante máximo.

 

La voluntad de la otra persona no responde automáticamente a mi propia voluntad: para hacer que quieran, el director debe querer a los demás. No se trata de conocerlos sólo de una forma intelectual, sino de una congruencia profunda: debe interesarle su bien, el bien de la empresa, el bien mejor. Esta congruencia llevará al director a exigirse a sí mismo y así irá logrando que quieran aquello que quiere. Aquí reside el auténtico liderazgo.

 

No se pretende estar encima de la persona para que haga la tarea, sino que hay que impulsarla, animarla y motivarla para que llegue a los resultados. A la hora de dirigir se requiere una mezcla de autoridad sobre las personas y participación de las mismas, que incluye observar, preguntar, escuchar, sugerir, dialogar, convencer y mandar. Para ello hay que conocer las circunstancias y a cada individuo para saber qué es lo que necesita. Difícil cuestión pues no es determinar qué pienso que necesita, sino saber qué es lo que el otro necesita.

 

Y esto no se queda en una cuestión teórica sino eminentemente práctica. El equipo de trabajo se forma en la misma dinámica de la acción: en la medida en que el director tiene visión para captar el rumbo y los problemas que pueden presentarse, y a la vez comprende a los demás, en esa medida podrá involucrar a su equipo en la solución de los problemas, aportando propósito y coordinación a la acción del mismo equipo.

 

Temas profundos de los que seguiremos hablando en los próximos números.