2024 apenas comienza, pero todos los avances tecnológicos que en algún momento de nuestras vidas se pronosticaron como posibles comienzan a ser una realidad. La tecnología avanza de modo vertiginoso y sin tomar descanso alguno. El futuro finalmente nos ha alcanzado y, aunque en muchos sentidos todos estos avances tendrán un efecto positivo en nuestro día a día, también existe un lado sumamente oscuro que poco nos hemos detenido a analizar, porque en el fondo tenemos miedo de mirar en la bola de cristal y ver lo que nos depara como sociedad.
Lo que hace algunas décadas hubiera parecido ser un descabellado guion de una película de ciencia ficción hoy comienza a ser parte de nuestra cotidianidad. Las profecías de que este mundo, en algún momento histórico, estaría gobernado por máquinas se comienzan paulatinamente a cumplir, sin que estemos verdaderamente conscientes de la avalancha de cambios que se avecinan. Todo va tan rápido que pocos se han detenido a reflexionar sobre las consecuencias de jugar a ser dioses.
No es algo nuevo, desde los inicios de la humanidad nuestra inteligencia y curiosidad nos han traído aparejados muchos problemas. Con cada nuevo invento indudablemente resolvemos una necesidad, pero involuntariamente creamos varios problemas, problemas que antes no existían. El desarrollar tecnología sin filosofía ha sido nuestro mayor pecado. Una piedra que estamos condenados a tropezar indefinidamente, a pesar de las terribles lecciones que nos ha dado la propia historia.
Nuestro cerebro es nuestro mayor activo, es el elemento que nos diferencia de los demás seres vivos que cohabitan este planeta, pero también mal orientado es un arma mortal. Hoy el poder destructivo que hemos amasado pone en riesgo al mundo entero y aún así no estamos satisfechos con lo que hemos logrado.
Tal vez deberíamos ir más despacio, analizar a profundidad las consecuencias a mediano y largo plazo de cada invento que se patenta y se pone en venta en el mercado. Pero también entiendo que frenar la ola de la modernidad es prácticamente imposible, a pesar de los síntomas que comienzan a brotar no solo en nuestra especie, sino en el planeta que nos cobija.
El futuro llegó para quedarse, las máquinas irán desplazando la mano de obra y la inteligencia artificial comenzará a tomar el control de todo lo demás. Supongo que habrá un punto en el que
ya no sabremos distinguir quién trabaja para quién. Se vienen transiciones muy rudas que, por el momento, ya nadie podrá parar, porque siempre estará primero el mercantilismo antes que cualquier otra cosa.
Lo único que se puede hacer es tomar conciencia de lo que se avecina y tomar las debidas acciones. No me gusta mucho la palabra, pero en casos muy concretos tendremos que regular el uso de ciertas tecnologías y en otros casos abolirlas. Hay descubrimientos que no deben ser del dominio público, aunque en la era de la carretera de la superinformación mantener secretos es prácticamente imposible. Si hoy vivimos el futuro, la pregunta obligada entonces es ¿qué se avecina? No quiero ser fatalista, pero se me ponen los pelos de punta de siquiera imaginarlo.