En 2002 tuve la oportunidad de estudiar un semestre en Buenos Aires. Recuerdo que justo acababa de estallar una crisis económica en ese país y la economía estaba muy dañada y frágil.
Para quien no lo recuerde, se acababa de implementar “el corralito¨ una estricta medida económica que restringe el acceso de los ciudadanos a sus depósitos bancarios, es decir a los ahorros de toda su vida. La población estuvo restringida a retirar una cantidad muy limitada de su propio dinero que apenas les alcanzaba para medio sobrevivir. Por supuesto la devaluación de la moneda fue inminente y prácticamente el país quedó en bancarrota. Todos estos factores fueron el ingrediente perfecto para que se cocinara la tormenta perfecta. Por supuesto, también existía un riesgo latente de un estallido social, por ende, la gran mayoría de los estudiantes que iban a hacer intercambios internacionales de último momento cancelaron. No fue mi caso y, a pesar de las advertencias del riesgo país, tomé la decisión de ir a pesar de las advertencias. Fue un semestre atípico, me encontré con una Argentina triste y desolada a la que tardé en encontrarle el sabor, a pesar de ser uno de los países más ricos del mundo a principios del siglo XX. Opté por trabajar en la embajada de México en Buenos Aires y aquello fue un acierto.
Conocí gente súper interesante como Rosario Green (la embajadora) y me abrió mucha perspectiva sobre el mundo en general y salir un poco de mi burbuja. Al estar la moneda tan devaluada, pude viajar de forma frecuente; conocí bastante y me faltó más. Me asombró la riqueza natural de este país y su gran diversidad. Sin embargo, cuando regresé a México, no volví a pensar en este país o en algún día regresar. Supongo que la experiencia de vivir en un país que alguna vez fue una potencia económica y el verlo tan devastado me desmotivó. Ahora, 20 años después, regresé casi de forma circunstancial. No puedo decir que sus crisis hayan mejorado, es un pueblo golpeado de manera constante por la corrupción y la ausencia de gobierno, aunado a una sociedad demasiado pasiva como sucede en casi todo el continente. Sin embargo, hace unos meses prendieron una velita de esperanza al escoger un nuevo líder de peinado estrambótico y mirada delirante, que aún nadie sabe si dará los resultados esperados o si es un loco que estrellará la nave contra un arrecife. Solo el tiempo lo dirá.
Hoy, nuevamente me encuentro con un país similar al que dejé años atrás, con los mismos problemas y las mismas demandas y carencias sociales, con la salvedad de que ahora ya no es barato para el extranjero; la inflación es un cáncer agresivo que no han sabido frenar. Sin embargo, su belleza natural está intacta, aquello que la mano del hombre no ha podido destruir o tocar. Argentina es un edén natural y les aplaudo porque, a pesar de que lo han sabido explotar turísticamente, lo han sabido sabiamente conservar. Si me preguntan qué vale la pena de este país, más que la carne (que pienso está sobrevalorada), es su naturaleza, que huele y sabe a libertad.