Llámenme anticuado, pero desde hace bastante tiempo me ha venido molestando la tendencia que la gran mayoría de los restaurantes de mediana y alta gama en todo el mundo han adoptado al transformarse en ruidosos y extravagantes centros de entretenimiento, descuidando su verdadera razón y propósito de existir: proveer buena comida a sus clientes. Por alguna extraña razón, la mayoría de los restauranteros se convirtieron de la noche a la mañana en empresarios del mundo del espectáculo y se enfocaron más en vender experiencias que en satisfacer las necesidades gastronómicas de sus exigentes comensales. El chef, sus recetas y la calidad de sus platillos de pronto perdieron protagonismo.
Hoy en muchos restaurantes, lo importante antes que el sabor de la comida es la arquitectura, la decoración y el ambiente del lugar, así como las entalladas hostess que te reciben con una sonrisa de Colgate y una cintura de avispa. La música a todo volumen, manejada por un insensible DJ que jamás bajará el volumen por más que le ruegues, el show de luces de bengala a mitad de la comida o la presencia de un espectáculo de magia o un osado malabarista al estilo del Cirque du Soleil son elementos constantes que de hecho han dejado de ser novedad. La mayoría de las cosas que presenciamos hoy en casi cualquier establecimiento son refritos, lo que pone en tela de juicio la creatividad de este sector empresarial.
Además, todo este desproporcionado y exagerado montaje al final repercute en el bolsillo del consumidor. La sobreproducción y las chicas guapas, por supuesto, le cuestan a alguien. Cuanto más circo, maroma y teatro, los precios siempre serán más altos. Esta situación, en algún punto, puede ser contraproducente para la propia economía del establecimiento, sobre todo en esta época de crisis en la que la gente tiende a racionalizar cualquier gasto que no sea indispensable. Y si deciden hacer el esfuerzo, la verdad es que no hay nada más desagradable que salir a comer a un lugar caro y malo.
Entiendo que no puedo generalizar, pero la tendencia es que este tipo de lugares, lejos de desaparecer, se multipliquen, más por una aparente moda que por un verdadero estudio de mercado que los sustente. Sin embargo, estoy convencido de que todavía existimos muchos clientes que valoramos y añoramos aquellos sitios con su propia esencia y personalidad, donde sus propietarios te hacen sentir como en casa, a diferencia de las grandes cadenas. Lugares donde la degustación de la comida es la estrella del espectáculo y no la sofisticación del lugar. Lugares cuya única pretensión es provocar orgasmos culinarios a través de recetas simples, pero con los más altos ingredientes y estándares de calidad. Lugares donde los clientes somos amigos de la casa y en los que simples peticiones como bajar o quitar la música siempre serán atendidas, porque en esos sitios una de las máximas prioridades es que los clientes puedan conversar sin necesidad de gritar. Para ir a un espectáculo, para eso está Broadway.