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A mayor número de ideas, mayor probabilidad de encontrar alguna realmente buena, que es con la que en verdad se innova.

Estamos entrando a una nueva era. He­mos sufrido una de las crisis de salud más graves de los últimos 100 años, lo que nos cambió la vida en lo personal, los social y en la forma de hacer negocios. Urge hacer una pausa para reflexionar y pe­lotear con los mandos directivos y gerencia­les de la organización cómo enfocar, a partir de este año, la “toma de decisiones en todos los órdenes”, lo que exigirá que recurran a la creatividad, para accionar sus negocios de una forma diferente, lo que les permitirá en­contrar nuevas rutas para tomar decisiones. En esto resulta de gran utilidad los señala­mientos que hace Rafael Cabert, en su libro “Creatividad para Vivir”, en donde afirma que la creatividad es una forma de estar en el mundo, pero implica arriesgarse, ser más au­daz y osado para experimentar con lo nuevo y lo desconocido.

En el proceso creativo plantea que se tiene que contar con 3 armas: las defensivas, para resolver problemas; las ofensivas, para to­mar decisiones; y las estratégicas, para inno­var y buscar lo diferente, para no quedarnos atascados en lo que ya sabemos o en lo que teníamos antes de enfrentarnos a un proble­ma o una crisis.

La creatividad es ante todo un proceso li­bre de trabas o limitaciones. Exige desarro­llar más imaginación y depende de la capaci­dad para reducir las barreras e inhibiciones que impiden su aparición.

En el ámbito de la empresa se define la creatividad como el arte de percibir los pro­blemas, plantearlos correctamente y encon­trar soluciones adecuadas que tengan en cuenta las circunstancias. Se nutre de esa imaginación que debe ser osada y libre.

Cuando uno se pregunta qué es lo que te hace vivir en el sentido más amplio, la única respuesta posible se resume en la creativi­dad para pensar y hacer y requiere de tres A: 1) Aptitud, para poner en marcha el proceso; b) Actitud, para afrontar las dificultades y su­perar los límites; y 3) Amplitud, para tener la generosidad de compartir y regalar al mundo lo que somos y lo que hacemos.

Los últimos 26 años nos han hecho vivir una etapa tan revolucionaria como lo fue en su momento el Renacimiento; sobre todo por los avances disruptivos propiciados por la revolución digital y las telecomunicaciones que han llevado a la humanidad a anclar lo tecnológico a la cotidianidad y la ayudaron a salir adelante en la brutal crisis del COVID 19, al llevarnos a generar nuevas formas de comunicarnos, interactuar y generar nego­cios para salir adelante. Por otro lado, el lado oscuro de estos avances ha generado nuevas adicciones: la del celular y lo digital.

En el segundo semestre del 2022 nos fui­mos reintegrando a la normalidad de un mundo y un México nuevo. Tuvimos que re­currir a las tres A y retomar la vida, lo que exigió creatividad.

Para ser creativo, existen tres tipos de pensamiento: 1) analítico, 2) divergente y 3) convergente. Los tres actúan sobre la rea­lidad en diferentes planos y son los que nos permiten generar nuevas soluciones.

 

El pensamiento analítico es un proceso inductivo que exige recoger datos, cono­cer la situación actual de manera más o menos exhaustiva, analizar los hechos y la realidad de la que se parte de la mane­ra más precisa posible; no se deben hacer interpretaciones personales y exige ser estrictamente racional, para saber el te­rreno que se pisa. En este caso se utiliza el cerebro izquierdo que es analítico, lógico, preciso, repetitivo, organizado, detallado, científico y secuencial.

Después de este proceso, se utiliza el pensamiento divergente que con toda la in­formación acumulada echa a andar la imagi­nación. Para ello, explora todos los caminos posibles, y se lanza a buscar tantas opciones como surjan, por extravagantes o locas que parezcan. Este pensamiento trabaja libre­mente, sin trabas que lo ahoguen o limiten…, deja que fluyan todas las ideas para después seleccionar las mejores. Este es el auténtico motor de la creatividad. Está sustentado por la imaginación, pero espoleado por el afán de innovación y cribado por la experiencia. En esta labor el lado derecho del cerebro es creativo, imaginativo, generalizador, intuiti­vo, conceptual, heurístico, empático, figura­tivo e irregular.

En el pensamiento creativo prima la can­tidad sobre la claridad. A mayor número de ideas, mayor probabilidad de encontrar al­guna realmente buena, que es con la que en verdad se innova. Para llegar a la idea genial hay que pensar muchas tonterías sin trabas. Frecuentemente las grandes ideas nacen de un pensamiento que parece una estupidez y que se rechaza casi con desprecio, pero que repentinamente abre una puerta o un camino que no se imaginaba que existía. Precisamen­te por eso es más original.

Cuando se quiere echar a andar al pensa­miento convergente, es cuando se tiene que trabajar de verdad. Hay que evaluar y arries­garse; seleccionar las ideas y decidir cuáles son las que realmente funcionan. Aquí lo que vale es la operatividad, la eficacia; prima la calidad sobre la cantidad. Resulta más difícil porque tiene que desechar cosas que nos gus­tan… surgen conflictos entre la realidad y lo que se debe solucionar para seguir adelante.

En la fase divergente, si no se acumularon diversas opciones, no se tendrá de donde ele­gir lo mejor; el resultado será lo rutinario o lo predecible, lo que no generará nuevas so­luciones.

Es común que las ideas estén sujetas a la aprobación de muchas personas, a la efica­cia, a la rentabilidad, a un presupuesto y al tiempo, lo que coarta mucho el pensamiento divergente pero no por ello debe ser impedi­mento para que quienes toman las decisiones estratégicas y tácticas vean en la creatividad a su mejor aliado para tomar decisiones efi­cientes y efectivas.