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El año está por terminar, y una vez más sentimos que se ha ido en un abrir y cerrar de ojos. En medio de esta vorágine en la que todos vivimos a prisas, los tres espíritus de la navidad del señor Scrooge parecen visitarnos en nuestras noches de insomnio. Nos hacen las mismas preguntas incómodas de siempre: ¿Aprovechaste bien el año? ¿Cumpliste alguno de los propósitos que prometiste al comer tus 12 uvas? Y, lo más importante, ¿cuánto tiempo de calidad diste a las personas que más amas y te necesitan? La mayoría de nosotros, incapaces de enfrentar estas preguntas con sinceridad, prefiere levantarse de la cama, ir a la cocina, tomar un vaso de leche, prender su móvil y perderse en las redes, como si eso pudiera apagar la incomodidad.

Ebenezer Scrooge, para quienes no lo conocen, es el personaje principal del cuento de navidad de Charles Dickens. Este hombre avaro y solitario es confrontado por tres espíritus que lo obligan a reflexionar sobre su pasado, su presente y el futuro que le espera si no cambia. Al final, Scrooge entiende que no se trata de cuánto tiempo tenemos, sino de cómo lo usamos y cómo valoramos a quienes nos rodean. Y aunque este relato es ficticio, su mensaje es atemporal. El psicólogo español Rafael Santandreu, experto en autoayuda y resiliencia, afirma que esta desconexión entre lo que decimos y lo que hacemos es común. Según él, muchas personas aseguran que sus seres queridos son lo más importante, pero su distribución del tiempo cuenta otra historia. Esto sucede porque nuestro cerebro evita pensar en el tiempo limitado que tenemos, lo que nos da la falsa seguridad de que siempre habrá un “después” para lo verdaderamente importante. 

Recientemente, un video donde precisamente aparece Santandreu y que vi en redes sociales, me hizo reflexionar profundamente sobre este tema. De forma sencilla, recordaba algo que todos sabemos, pero rara vez aplicamos: nuestro tiempo es finito. No se trata de si tenemos mucho o poco, sino de cómo lo empleamos. Esto me llevó a un ejercicio impactante: calcular cuántas veces más podría ver a mis padres. Haciendo un promedio, me quedan unas 260 oportunidades con mi papá y quizás el doble con mi mamá, si el destino no interviene antes. Pensar en estos números me heló la sangre. Pero entendí también que, si decido frecuentarnos al menos una vez más por semana, el tiempo con ellos se duplica. ¿Implica un gran esfuerzo? La verdad es que no. Pero el nuevo resultado empuja a considerarlo. Aún me faltan muchos abrazos de su parte por recibir y muchos que yo debo dar. Así que ¡manos a la obra! Confieso que este tipo de reflexiones no me eran comunes hasta que fui privado de mi libertad durante casi un año. En esos 290 días en “la caja”, me vi obligado a hacer un balance exhaustivo de mi vida. Llegaron los inevitables “hubieras”: hubieras dedicado más tiempo a tus hijos, hubieras compartido más momentos con tus amigos, hubieras priorizado mejor tu libertad. Al salir, tenía la intención de recuperar el tiempo perdido, pero pronto me di cuenta de que el mundo no se detuvo en mi ausencia. Mientras yo reflexionaba, los demás seguían adelante. Es que todo va tan rápido que nadie tiene un hueco en su agenda para detenerse a pensar en lo que en verdad importa. Yo sí lo tuve y, a pesar de mis terribles circunstancias, lo aproveché a mi favor. Desde entonces, trato de estar presente. Me esfuerzo por ser un mejor padre, un amigo que dice “nos vemos pronto” y lo cumple. Pero este video me recordó que aún queda mucho por hacer. 

El tiempo no se detiene, y la vida no espera. Así que, si alguna vez te digo que quiero verte, créeme, lo digo en serio. Porque, al final, lo único que realmente cuenta son los momentos compartidos. ¿Qué vas a hacer con el tiempo que te queda? ¿Qué harás este año nuevo que está a la vuelta de la esquina? Nunca des por hecho nada. Las estadísticas y probabilidades de vida nos dan tranquilidad, pero nada está escrito y todo se puede ir en un instante. Empieza a hacer hoy todo eso que te has prometido y verás que cada día la lista será más corta. No hay mayor tranquilidad que dormir con la conciencia limpia, sabiendo que todo va de acuerdo al plan. A tu plan.