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El buen empresario y líder es un descubridor de talentos y sabe colocar a las personas en el lugar donde mejor rendimiento pueden dar. Para ello, conoce a su equipo y se exige a sí mismo para exigir a los demás y sacar lo mejor de ellos.

Desarrugar la cobija. A veces pensamos que nos falta gente, que no llegamos, que no alcanza la cobija. A lo mejor no alcanza porque está arrugada. Cada uno podría dar más si trabajara con orden y metas claras. Para ello, hay que capacitar, formar y delegar para hacer crecer a la gente. Trabajar con profesionalidad y deseos de influir en el ambiente. Evitar todo lo que sea una pasividad, un conformarse, ceder a la mediocridad. Recuerda lo que decía Carlos Llano: “Más vale proponerse la meta de la excelencia y no alcanzarla, que la de la mediocridad y conseguirla”. Hay que dar siempre saltos hacia arriba. No avanzar es retroceder. Tener metas altas ajustadas a la realidad de las circunstancias. Para ello, podemos centrarnos en dos virtudes: magnanimidad y humildad. Magnanimidad: “Ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena, por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios”. (Josemaría Escrivá. Amigos de Dios n.80) Humildad: salir de nosotros mismos para poder llegar más lejos. La humildad nos hace estar en la realidad para valorar nuestras cualidades y defectos en su justa proporción. Nos facilita ser generosos y tener empatía con los demás: qué debo pedirle a quién en qué momento. Justamente nos prepara para emprender obras valiosas, lo que se contrapone con la estrechez. Dedicarse a lo que vale la pena y, por tanto, el humilde sabe dar y sabe darse.

Exigir. ¿Qué es esto? No son solo exhortaciones, regaños o consignas. El líder exige buscando el bien común. Exige, sabiendo el punto en el que cada uno debe mejorar. Exige con fortaleza y con respeto. Al hablar de exigencia, no debemos pensar que tratamos sobre algo molesto y enojoso; hablamos de una condición sin la cual no se consigue lo que verdaderamente vale la pena. Sin exigencia nos quedamos en lo momentáneo y fugaz. Y cuando el fin es verdaderamente valioso, se justifica el esfuerzo y es menos oneroso y pasa de algún modo a un segundo término. Es entonces cuando somos capaces de hacer lo que fuera necesario por realizar esa empresa magnánima que requiere lo mejor de todos. Teniendo un para qué, el cómo ya no es fatigoso. Conjugar exigencia y libertad. Contar con personas convencidas y comprometidas. Hacer lo que quieran. Exigir cuesta esfuerzo intelectual, pues requiere pensar en el bien de los demás. La exigencia es hacer crecer a la persona, no “controlarla”. A veces no exigimos porque no queremos exigirnos a nosotros mismos. Formación y dirección dirigida a las personas. Dedicar tiempo para formar: preparar las reuniones y entrevistas con antelación. Escuchar a las personas, corregirlas, animarlas e impulsarlas. Aprovechar los aciertos y los errores para formar. Es un arte que el buen líder pone en práctica. Y, finalmente, como dice el refrán popular “Fray Ejemplo es el mejor predicador”. El buen líder predica con el ejemplo.